Gildas
Comer en pequeñas dosis es una de mis pasiones, lo confieso. ¡Los pequeños bocaditos me seducen! Tapas, aperitivos o pinchos... pruebo casi todo lo que se me ofrece en este formato. Los más innovadores me sorprenden y enseñan nuevos mundos de sabores y combinaciones. Sin embargo, no dejo de rendirme ante las ofertas más clásicas y tradicionales; es verlas en la carta o en la barra del bar y siento como si me hicieran un guiño invitándome a consumirlas. ¿Qué sería del mundo del tapeo sin la ensaladilla rusa, la pipirrana, la tortilla de patatas o la gilda?
Como chica del sur, muy del sur, no conocí la gilda hasta haber realizado no pocos viajes gastronómicos por los campos y no campos españoles, para acabar recalando en un bar clásico del norte, donde degustar lo más tradicional. "¿Has probado las gildas ?", me preguntó alguien, para acto seguido ponerme por delante este delicioso aperitivo, que me enamoró para siempre.
La gilda es la sencillez y elegancia de los buenos ingredientes. Es su único secreto, y fundamental. La primera calidad es fundamental para acertar de pleno en su sabor. No hay más allá.
Insertamos en un pincho de madera, una aceituna sin hueso de la variedad manzanilla, una piparra o guindilla de Ibarra de tamaño más bien pequeño y no muy picante, una anchoa en salmuera y otra aceituna para rematar. Y es todo. Nuestra gilda estará lista para degustar.
A mi me gusta bañarlas con un leve chorrito de un buen aceite de oliva virgen extra unos minutos antes de servirlas. Se come todo de un solo bocado, para que la boca y el paladar disfruten de la combinación y explosión de sabores.
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